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En el Franklin Templeton Institute y en la empresa somos conscientes de la crisis humanitaria que se está produciendo en la región. Son tiempos tristes y difíciles, en los que no es fácil abstraerse del conflicto y analizar las consecuencias para la economía y los mercados mundiales. Dicho esto, es nuestra responsabilidad centrarnos en estas consecuencias y en el impacto que pueden tener en los inversores.

No vemos repercusiones económicas o de mercado más amplias derivadas del conflicto en su forma actual. A diferencia de la invasión rusa de Ucrania, que tuvo consecuencias directas e indirectas importantes sobre el suministro mundial de energía, los fertilizantes y los alimentos, la guerra entre Israel y Hamás (si suponemos que no se extiende a un conflicto regional más amplio) probablemente causará pocas interrupciones significativas, o ninguna, del suministro mundial de bienes esenciales. Es más, es incluso probable que el impacto en los vivos sectores tecnológico y farmacéutico de Israel sean modestas. Por lo tanto, no se notaría negativamente en estas industrias a escala mundial.

Por ejemplo, la producción israelí de chips para ordenadores solo representa cerca del 1 % de la producción total mundial.1 Ahora bien, es cierto que la escasez de mano de obra puede provocar algunas reducciones de producción, ya que se ha llamado a filas a unos 300.000 reservistas en todo Israel (y en el extranjero). Por tanto, es difícil creer que pueda evitarse un impacto 0 en la producción, en estos sectores o en cualquier otro de la economía israelí.

En momentos como este, las crisis de suministro y los precios de la energía siempre están en mente de los inversores. Aún recuerdan lo que se vivió en los años setenta. Durante la guerra árabe-israelí de 1973, y de nuevo en 1979 tras la revolución iraní, los embargos y otras medidas interrumpieron el suministro de petróleo desde Oriente Medio. En caso de que el conflicto actual se intensificara más allá de su alcance actual, los precios del petróleo podrían dispararse y, potencialmente, podría interrumpirse el suministro.

Pero a diferencia de los hechos de hace 50 años, la política regional y las alianzas han cambiado. Las relaciones entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) han mejorado en los últimos años. Este año surgieron expectativas de una mejora similar en las relaciones entre Israel y Arabia Saudí. Aunque los lazos formales se hayan pospuesto por el conflicto actual, la realidad es que es poco probable que los países árabes del Golfo Pérsico se movilicen contra Israel y Estados Unidos y utilicen la producción y la distribución de petróleo como arma.

De hecho, la débil respuesta hasta ahora de los principales actores regionales, como Turquía, Egipto, Arabia Saudí, Catar y los EAU con respecto a la guerra entre Israel y Hamás da fe de que la política y las alianzas regionales son distintas. La simpatía por la difícil situación de los civiles inocentes es, sin duda, una de las razones que evitan que la situación escale. Pero también lo es la preocupación compartida en muchas partes de Oriente Medio de que es mejor evitar la guerra, los conflictos y las posibles crisis de refugiados.

Esto no quiere decir que algunos actores implicados puedan ver beneficios en el conflicto. Rusia quiere desviar la atención mundial de su invasión de Ucrania. También espera que Occidente se canse pronto de librar guerras, aunque sean subsidiarias, en múltiples frentes. Varios grupos regionales podrían tener interés en agravar el conflicto para obtener beneficios políticos. En la región, comprensiblemente, hay mucha incertidumbre, y nunca puede descartarse una escalada.

Una posible vía para imaginar una ampliación del conflicto es a través de Irán, que apoya a Hamás desde hace mucho tiempo. Si los militantes respaldados por Irán en Líbano (por ejemplo, Hezbolá) o en otros lugares atacasen Israel, los contraataques israelíes podrían convertir el conflicto en una guerra regional. Irán podría entonces intentar interrumpir militarmente o sabotear la producción y los envíos de petróleo del Golfo Pérsico a través del estrecho de Ormuz. En tales escenarios, los precios del petróleo seguramente se dispararían, al igual que las primas de riesgo del mercado.

Por tanto, a Israel y a sus aliados (Estados Unidos y Europa) les interesa económicamente perseguir sus intereses de seguridad nacional. Al mismo tiempo, también redunda en interés de Israel y sus aliados no agravar innecesariamente el conflicto.

Hasta el momento, Estados Unidos ha conseguido tanto ofrecer un apoyo inequívoco a Israel como instar a la moderación. También ha advertido a posibles adversarios de que no deben aprovecharse de la situación. Es imposible afirmar con certeza, o incluso con gran convicción, que esos mensajes serán escuchados o que Israel se abstendrá de una escalada arriesgada en caso de que vuelva a sufrir ataques. No obstante, tranquiliza saber que las potencias de la región son conscientes de la posibilidad de cometer errores y probablemente los eviten.

Lo último que destacaríamos es la probabilidad de que este aumento de la tensión geopolítica mundial acelere la tendencia a la regionalización del comercio. La deslocalización se ha visto impulsada en gran medida por el deseo de cada país de crear estabilidad estratégica tras las experiencias en torno a la COVID-19 y la guerra entre Rusia y Ucrania.

En resumen, por horribles que hayan sido y sigan siendo las imágenes, el riesgo de que el conflicto entre Israel y Hamás provoque graves perturbaciones en la economía mundial parece, por el momento, limitado. Aunque tanto nosotros como los inversores debemos permanecer atentos a esos riesgos, no creemos que el conflicto en su forma actual pueda tener repercusiones significativas en el crecimiento económico mundial, la inflación, los beneficios empresariales, los tipos de interés o los tipos de cambio.

Stephen Dover, CFA
Chief Market Strategist,
Franklin Templeton Institute



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